Esta mañana me he despertado con la extraña sensación de haber tomado un tren. Y lo peor es que en cierto modo, estoy segura de haberlo hecho.
Recuerdo al señor mayor que ayudaba a su anciana pero irreverente esposa a subir al primer vagón dónde yo misma charlaba con Antoñita. Allí había calma, sólo se oía el chirriar de metales propio de un tren del siglo XXI y a esa anciana blasfema y desdeñada jurar en hebreo, todavía no sé muy bien porqué.
Entonces es cuando me he parado a pensar qué es lo que realmente hacemos al emprender un viaje y lo importante que es la compañía, por muy breve que sea el trayecto. Por muy rutinario y aburrido que resulte o por muy esperado y magnifico que pudiera llegar a ser. Aquel arsenal de ideas me ha sumido en un pensamiento del que sólo la voz del interventor me ha echo regresar. Volver a esa realidad truncada, más propia de otra inverosímil historia de Antoñita que mía.
- ¡Disculpe! Ida y regreso por favor. Todavía es pronto para saltar de la cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario